Al final, un barrio se compone de personas, de perfiles anónimos que dibujan un mapa antropológico. Gema y Ernesto son dos de los pobladores de este casco histórico que habitamos cada vez menos. Ellos son los traductores, los puentes entre la biomedicina y nosotros, los legos, que acudimos a la farmacia angustiados en busca de su experiencia para encontrar respuestas a nuestra aflicción. Sabemos, porque lo sentimos, que nos escuchan, que pacientemente nos interpretan y que siempre, además, nos diagnostican sin cobrarnos. ¡Qué más se puede pedir! Esta es la cara amable de la ciudad, la que no distingue entre turistas y vecinos, la que está siempre al pie del cañón y la que en silencio comprende con más profundidad la dimensión del dolor y de la enfermedad que compartimos con sonrisas. Ellos son mis farmacéuticos, personas que contribuyen cada día a hacernos la vida mucho más sencilla.
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